Milton Friedman, en el año 1963, pronunció la siguiente frase:
«la inflación es en…todo momento un fenómeno monetario». A partir de ese entonces, la mayor parte de los economistas se vieron influenciados (y financiados) por este preconcepto que intentaremos desmenuzar parcialmente en esta entrada.
La frase se refiere, en parte, a la Teoría Cuantitativa del Dinero (TCD), en la cual cualquier aumento de la base monetaria, llamémosle impresión de dinero, impacta, tarde o temprano, en el nivel de precios.
Lo cierto es que si los precios existen es porque los bienes tienen un costo de reproducción, y no porque son escasos. Por ende, la única forma en la que puede aumentar el nivel de precios es cuando aumentan los costos de producción, como hemos analizado anteriormente.
Pero, entonces, ¿cuál sería la relación entre emisión monetario y aumento en los costos de producción? De manera directa, no habría relación. Lo que supone Friedman, y los que repiten esta historia, es que la oferta de bienes producidos es rígida.
La fórmula de la TCD es:
MxV=PxQ
Donde M es la cantidad de dinero, V la velocidad de circulación, P el nivel de precios y Q las cantidades producidas. Esta historia asume que Q está dado y no cambia frente a aumentos de la demanda agregada. En otras palabras, la «torta» está dada y no puede crecer «por el lado de la demanda». Este es un análisis que se solía hacer en economías primitivas cuando la tierra era escasa, y por ende, la producción de alimentos estaba limitada por la cantidad de tierra fértil, o por los cambios tecnológicos que se daban en ese tipo de producción agrícola. Allí, dada esta limitación, un aumento de demanda podía, era una posibilidad, hacer subir el nivel de precios de los alimentos.
Sin embargo, en economías industriales como las nuestras, la producción de bienes no es rígida, más bien todo lo contrario, es absolutamente flexible. Existe desempleo involuntario de la fuerza de trabajo, y más importante que eso, existe desempleo del capital de manera persistente. El capital está ocioso esperando deseoso de producir más. La mayoría de las industrias operan con una Utilización de Capacidad Instalada (UCI) en un promedio que varía entre el 70% y el 80%, y rara vez va más allá de eso.
Cuando la demanda aumenta, esa utilización de planta aumenta, de manera de abastecer esa nueva demanda. Si la demanda sigue aumentando, los empresarios pueden poner horas extras, aumentar los turnos de trabajo de los empleados. Aunque esto puede aumentar los costos, dado que las horas extras son más caras, por lo general los empresarios o bien ya habían planificado estas horas extras más caras antes, por lo que ya había sido incorporado en el costo de producción con anterioridad, o dado que están compitiendo con otras empresas y no quieren perder su porción de mercado hacen lo imposible por no trasladar la suba de costos a los precios.
Los empresarios tienen una sola certeza: si ellos no venden el producto, siempre habrá un capitalista en la misma rama de producción, que está compitiendo, dispuesto a hacerlo, siempre y cuando sea rentable. Este es el principio de la competencia.
Si la demanda sigue subiendo, todavía más, ya los empresarios no tienen espacio para aumentar las horas extras o usar más intensamente la planta. La planta tiene un límite físico de trabajar 24×7=168 horas, y si bien pueden cambiar la velocidad de operación, esto también tiene un límite. ¿Cuál es el siguiente paso? Invertir en una nueva planta. Los empresarios, para no perder clientes (mercado) invierten en una nueva planta. Esa nueva planta vendrá usada a un nivel «normal» como el planificado anteriormente, e incluso muchas veces a un nivel más bajo, ya que las inversiones a veces se sobredimensionan por indivisibilidades de capital (en muchas industrias no se pueden instalar plantas pequeñas, porque no es rentable). Este principio, a partir del cual a cada aumento de la demanda agregada se le responde con inversión se lo conoce como el principio del acelerador.
Por ende, la inversión depende de las ventas o de las ventas esperadas, y no como se suele escuchar habitualmente, del estado de «confianza», de las «expectativas» ni del costo del financiamiento.
Fíjense en este gráfico,
Acá se puede observar en la linea sólida la Utilización de Capacidad Instalada para Argentina en el período 2002-2013. Viniendo de una crisis muy fuerte en 2001-2002, con la utilización al 50%, se puede ver como la series se «estaciona», con el paso de los años, en torno al 75%. Por otro lado, la línea discontinua es el Estimador Mensual Industrial (la producción industrial). Fíjense como la producción aumenta y la utilización se mantiene estable. ¿Cómo es eso posible que ocurra esto si los empresarios no invierten frente a cada aumento de la demanda?
La producción aumentó durante todo el período, viniendo de una crisis muy grande en el 2002, sin embargo la utilización de capacidad se mantuvo en un nivel cercano al «normal». Hay dos posibles explicaciones: o existió una revolución tecnológica en Argentina, es decir, la producción por máquina aumentó de manera drástica (no parece haber sido el caso), o los empresarios nunca dejaron de invertir. La reticencia inversora, el argumento por el cual «los empresarios no invierten y suben precios«, no se ve reflejada cuando uno analiza la utilización de capacidad instalada y la producción en la industria Argentina.
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